Trío de lujo se despide: Pujols, Molina, Wainwright quieren otro anillo

1 de octubre de 2022

La primera vez que los fanáticos de los Cardenales escucharon el nombre “” fue el 13 de diciembre del 2003. Ése fue el día que los Cardenales decidieron -- después de otra decepcionante temporada con el madero de J.D. Drew -- enviar al jardinero y al cátcher cubano Eli Marrero a los Bravos de Atlanta. San Luis hizo un gran negocio con aquel movimiento, consiguiendo al abridor Jason Marquis y el relevista Ray King, ambos integrales en aquel club de San Luis que llegó a la Serie Mundial del 2004, el que sigue siendo el mejor equipo de los Cardenales de este siglo, aunque los fanáticos en su gran mayoría vieron el cambio como una forma de recortar la nómina, lo que tampoco está muy alejado de la realidad.

Pero nadie pensó o se preocupó mucho por el tercer jugador involucrado en aquel cambio, un muchacho de 22 años que alguna vez había estado entre los 100 mejores prospectos del juego, antes de empezar a caer luego de una mala temporada con Doble-A Greenville en el 2003. En el mejor de los casos, los fanáticos de los Cardenales estaban bastante escépticos con Wainwright: Después de todo, si los Bravos – el equipo con la mejor fama a la hora de desarrollar talento joven en la liga – lo habían dejado ir (¡un nativo de Georgia!) sin poner demasiados obstáculos, algo malo tenía que tener. Pero el entonces gerente general de los Cardenales, Walt Jocketty, fue muy explícito: “Sin Wainwright, no había cambio”, dijo el directivo en aquel momento. “Lo vemos como un lanzador del frente de la rotación en un par de años”.

La primera vez que los fanáticos de los Cardenales escucharon el nombre “” fue el 5 de junio del año 2000. Ése fue el día en el que el entonces director del departamento de scouts de la novena (y ahora presidente del departamento de operaciones de béisbol) John Mozeliak seleccionó a Molina en la cuarta ronda del Draft de MLB. (Y tuvo algunos problemas para lograr que firmara). Sin embargo, no era como si los Cardenales estuvieran desesperados por receptores: Acababan de firmar a Mike Matheny con un contrato multianual, y si alguien se llegó a fijar en Molina, fue para decir algo como, “Vaya, qué cantidad de hermanos Molina que son cátchers”. (Bengie terminó cuarto en la votación del Novato del Año con los Angelinos ese año, mientras que José estaba con los Cachorros).

Los Cardenales eran una organización que siempre se había sentido bien orgullosa de sus receptores, pero antes de firmar a Matheny, habían tenido un desfile año tras año, con la posición cambiando de manos entre Danny Sheaffer, Tom Pagnozzi, Mike Difelice, el dominicano Alberto Castillo y Marrero, antes de que llegara Matheny para darle estabilidad. Molina era visto como un genio defensivo, igual que sus hermanos, pero que probablemente nunca batearía lo suficiente. Sus hermanos estaban muy orgullosos de él, sin embargo.

La primera vez que los fanáticos de los Cardenales escucharon el nombre “” fue el 15 de febrero del 2001. De hecho, no escucharon el nombre “Albert Pujols” esa vez, si es que escucharon algo. Lo que oyeron, o leyeron, fue “José Pujols”, que es el nombre que había utilizado en las menores en el 2000 y que siguió usando durante aquellos entrenamientos, hasta que aclaró las cosas y dijo que prefería que le dijesen “Albert”. El nombre de este muchacho Pujols no salió a relucir hasta que el entonces manager de San Luis, Tony La Russa, durante una de sus diarias ruedas de prensa en los entrenamientos, respondió una pregunta de un reportero del St. Louis Post-Dispatch diciendo lo siguiente: “Pujols no debería empezar la temporada con el equipo. Pero yo no pensaba que (Mark) McGwire iba a hacer el equipo en 1987”. Un mes después, Bobby Bonilla sufrió un tirón en una corva, abriéndole un puesto en el roster a Pujols. Pero incluso así fue un poco sorpresivo verlo en el roster del Día Inaugural.

Cuando eres fanático de un equipo de béisbol, los ves jugar, piensas en ellos y te importa lo que pasa todos los días, día tras día. De muchas maneras, los fanáticos son ese hilo conductor que realmente tienen los equipos. Una novena cambia su roster constantemente; dirigentes, coaches y directivos van y vienen; incluso, los propietarios a veces venden sus franquicias. Pero eso que sí tiene cada equipo, eso que garantiza una línea consistente a lo largo de la historia, son sus fanáticos. Los aficionados lo han visto todo. Han visto a sus jugadores favoritos irse, a jóvenes fenómenos surgir, a los jugadores más improbables convertidos en ídolos de una ciudad. Ellos son los que están ahí para contar todo y obsesionarse con ello. Sin los fanáticos, realmente no hay razón de ser. Ellos son los que nunca cambian. Siempre están ahí.

Y por eso, estos equipos, estos jugadores, son una parte inseparable de nuestras vidas. Marcamos nuestros años con sus carreras; cuando yo era niño, vi a Mike Schmidt y a los rudos Mets. Cuando estaba en la universidad seguí a los Azulejos ser campeones de manera consecutiva y a Frank Thomas dando cañonazos por los Medias Blancas. Estaba en mis 20 cuando vi la dinastía de los Yankees y a Barry Bonds haciendo historia. Era un padre joven viendo a los Gigantes ganar tres títulos en cinco años y la excelencia de Mike Trout. Algún día, habrá jugadores y equipos que veré como padre de hijos en la universidad, como un hombre jubilado, como anciano. Sin importar lo que esté pasando en tu vida, el béisbol continuará. De cualquier manera.

Lo que nos trae otra vez a Adam Wainwright, Yadier Molina y Albert Pujols. Si fuiste un fanático de los Cardenales de San Luis en el 2000 y todavía estás vivo, eres un fanático de los Cardenales de San Luis ahora mismo. Lo que significa que lo recuerdas todo. ¿Dónde estabas en el 2003, cuando los Cardenales realizaron el cambio por Wainwright, o en el 2001 cuando Pujols llegó por primera vez, o en el 2000 cuando Molina era el otro Molina? Los tres han estado en nuestras vidas cada día desde entonces.

Ellos son la historia de los Cardenales en los últimos 20 años. Son una gran parte de la historia del béisbol en los últimos 20 años. Pero la verdad es que son la historia de nuestras vidas. Así no seas seguidor de los Cardenales, los tres han estado en las mentes de cada aficionado del béisbol, de una manera u otra, por más de dos décadas. ¿Hay otra cosa en tu vida que sea así? Posiblemente tu trabajo. (Aunque es poco probable) Puede ser tu hogar. (Más probable, pero no creo) ¿Qué tal tu religión o tu familia? Eso es lo que representan los jugadores y los equipos: Entran en tu vida y ahí se quedan. Todos los días. Sin importar dónde vayas o lo que hagas: Ahí están.

Este trío es un grupo visto muy pocas veces, tres de los jugadores de mayor edad en el béisbol que han compartido tanta historia con un club. Pero es más raro que, durante los eventos en San Luis este fin de semana, que toda una ciudad, toda una fanaticada, tantas décadas de afición, puedan celebrar juntos a este trío por una última vez.

La serie entre los Cardenales y los Piratas en el Busch Stadium este fin de semana, de viernes a domingo, incluye los últimos tres partidos de temporada regular en el Busch Stadium para Molina y Pujols. Y podrían serlo para Wainwright, quien se convertiría en agente libre en la temporada muerta y no ha anunciado sus planes para el 2023. El estadio estará completamente lleno para cada uno de los tres partidos, y el del domingo, que tendrá una ceremonia para Pujols y Molina antes de la acción, se sentirá como una última despedida por la puerta grande. (Incluso si cada uno de los tres jugará en la Serie del Comodín el próximo fin de semana, que también será en San Luis)

Es la culminación de lo que ha sido una temporada mágica para los Cardenales, para Wainwright, para Molina y especialmente para Pujols, quien recibió la bienvenida a casa por parte de una fanaticada que lo adora de igual manera que alguna vez adoró a Stan Musial (el rostro de la franquicia) y que lo han extrañado por 10 años.

Pero se trata más que eso. Es una conexión. Es un aficionado de ocho años, como mi propio hijo, quien algún día, dentro de 70 años, podrá decir que vio ver jugar en persona a Albert Pujols -- de igual manera en que mi abuelo decía que vio a Willie Mays jugar en persona. Es un fanático de 73 años, como mi padre, que se puede sentar con su hijo de 46 años y decirles adiós a jugadores que vieron juntos por primera vez cuando eran hombres mucho más jóvenes. Son generaciones de fanáticos de béisbol despidiéndose de alguna parte de ellos. Los jugadores y equipos son las silenciosas columnas de nuestras vidas, uno de los aspectos fijos en este caótico mundo. El poder valorar eso -- y el tener una oportunidad de decir adiós -- es una bendición. Es un regalo de vida.