Altibajos de 20 años: La carrera de Rubén Sierra

14 de abril de 2020

Mientras esperamos por la reanudación del béisbol, vale la pena recordar a jugadores especiales en la historia de dicho deporte y por qué fueron tan importantes.

Jugador: Rubén Sierra

Carrera: Rangers 1986-1992, Atléticos 1992-1995, Yankees 1995-1996, Tigres 1996, Rojos 1997, Azulejos 1997, Medias Blancas 1998, Rangers 2000-2001, Marineros 2002, Rangers 2003, Yankees 2003-2005 y Mellizos 2006

Logros: Juego de Estrellas de 1989, 1991, 1992, 1994 y Bate de Plata de la Liga Americana en 1989

Hay una percepción errónea sobre la fábula de niños “La Tortuga y la Liebre”. Mucha gente se inclina con que “el que va lento pero seguro” gana la carrera. Creyendo que todo se trata de la tortuga y de que así no seas el más atlético, si sigues hacia adelante, ganarás la carrera. Es una buena historia, pero ése no es el punto.

“La Tortuga y la Liebre” no se trata de lo que hace la tortuga, sino lo que la liebre no hace. La liebre es tan rápida que no puede ser vencido por ninguna otra criatura, salvo ella misma. Si dejas de correr, ésa es la única manera en la que la tortuga puede ganar. La lección no es que la tortuga continúa por si la liebre se detiene, sino que la liebre no debería desperdiciar el gran don que tiene.

El puertorriqueño Rubén Sierra era sumamente talentoso en su adolescencia. Con 17 años recién cumplidos, un escucha de los Rangers quedó sorprendido cuando lo vio en Puerto Rico, por la contextura atlética de su cuerpo. Sierra, también aprendía rápido y sin problemas aprendió cómo batear a las dos manos. Con 20 años, empezó a empalmar jonrones en Triple-A, conectando nueve en apenas 46 juegos y ganándose el ascenso. En sólo 113 encuentros en las Mayores en 1986, todavía con 20 años, dio 16 bambinazos y se robó siete bases en un equipo que terminó en el segundo lugar del Oeste de la Liga Americana. Él quedó de sexto en la votación para el premio al Novato de la Año de la Americana.

Fue titular en las dos temporadas siguientes con los Rangers, pero realmente no resaltó hasta 1989. Ese año, disputó cada uno de los 162 juegos de la temporada y lideró las Mayores en triples (14) y la Liga Americana en impulsadas (119), total de bases alcanzadas (344) y slugging (.543). Terminó por detrás de Robin Yount en una disputada votación para Jugador Más Valioso en la Americana, estableciéndose como el mejor jugador en un equipo que contaba con Nolan Ryan, el cubano Rafael Palmeiro, el dominicano Julio César Franco y Kevin Brown. Fue convocado al Juego de Estrellas de ese año y para ese entonces, muchos proyectaban que daría 500 cuadrangulares en su carrera, en ruta al Salón de la Fama.

Pero el oriundo de Río Piedras no estaba enfocado. Era joven, muy joven, y con mucha expectativa a su alrededor. Además, extrañaba a su familia en Puerto Rico –así lo confesó en el Juego de Estrellas, diciendo que su madre no había podido verlo jugar. Criticó a quienes no votaron por él como Jugador Más Valioso. Comenzó a crecer en musculatura y empezó a dar más jonrones, perdiendo lo que lo había hecho tan dinámico. Los fans de los Rangers nunca vieron todo su potencial y, a pesar de un par de buenos años en Texas, en el verano de 1992 fue canjeado a los Atléticos (junto a Bobby Witt y Jeff Russell) por un jugador cuya reputación era complicada: El cubano José Canseco.

Sierra estuvo bien con Oakland, pero nunca fue una superestrella y constantemente tuvo altercados con el manager Tony La Russa, quien lo apodó como “el tonto del pueblo”, incluso luego de que el puertorriqueño pactara por cinco años y US$30 millones. La tensión fue tanta que Sierra terminó siendo canjeado a los Yankees, donde batalló constantemente con el timonel Joe Torre, quien describió a Sierra en su autobiografía como “el jugador más difícil que tuve que dirigir”.

Torre dijo luego: “Creo que cuando tienes la habilidad y recibes tanto dinero, piensas que puede durar toda la vida”. Los Yankees, como los Atléticos y Rangers, terminaron canjeándolo a Detroit a cambio de Cecil Fielder.

Con 30 años, Sierra, quien se suponía tenía madera de Salón de la Fama, estaba vistiendo los colores de su cuarto equipo, con dos managers miembros de Cooperstown decidiendo prescindir de sus servicios. Tal vez haya tenido el mayor talento del mundo, pero no le sirvió porque no lo valoró. Fue la liebre que se durmió. La tortuga lo rebasó.

Pero todo empeoraría. Los Tigres lo cambiaron a los Rojos, que lo dejaron en libertad un mes después del inicio de la temporada de 1997. Los Azulejos le dieron una oportunidad, pero el boricua se quejó sobre jugar en las menores y fue puesto en libertad nuevamente un mes después. En 1998, los Medias Blancas le dieron un contrato, pero fue cortado en mayo luego de promediar .216. Los Mets le otorgaron un pacto de liga menor, pero nunca lo ascendieron a las Mayores. Durante la campaña de 1998, su hermana y hermano fallecieron. Ningún otro equipo lo quiso. El talento digno de Salón de la Fama estaba fuera del béisbol.

Sin mucho más que hacer, Sierra firmó para jugar en la liga independiente Atlantic City Surf, donde dio 28 cuadrangulares y ganó US$3,000 al mes. Luego fue a la Liga Mexicana de Béisbol en el 2000, y sus antiguos compañeros, su compatriota Iván Rodríguez y Palmeiro, convencieron a los Rangers a darle otra oportunidad. Aunque presentó problemas, fue más humilde y Texas le otorgó otro contrato para el 2001.

De repente volvió a ser el Sierra de antes en el 2001. Dio 23 bambinazos en 94 encuentros, siendo apenas el segundo jugador en la historia en tener temporadas de 20 jonrones con seis años entre una y otra. Ganó el premio del Regreso del Año. El gerente general de los Rangers, Doug Melvin, dijo lo siguiente: “Me da la impresión de que sentía que les debía algo a los Rangers. Como si quisiera disculparse por desperdiciar sus mejores años”.

Era una liebre dándose cuenta de que había perdido. “Creo que soy mejor ahora que antes, gracias a mi mente”, confesó Sierra a la publicación Sports Illustrated. “Tengo la misma habilidad, pero ahora también cuento con experiencia y conocimiento”.

Sierra cambió tanto de uniforme porque los equipos no podían controlarlo. Pero cuando llegó a sus 30, se convirtió en un jugador capaz de ayudar a múltiples equipos. Tras un año en Seattle en el 2002, los Rangers lo volvieron a firmar, pero lo canjearon a los Yankees. Sierra se disculpó inmediatamente con Torre, diciéndole, que, “Los años han pasado y entiendes las cosas que hay que pasar. Soy una persona diferente”.

Sierra demostró ser una pieza de valor en esos equipos de los Yankees, alcanzando la Serie Mundial en el 2003. En el 2004, Sierra ayudó a los Yankees a ganar la Serie Divisional de la Liga Americana ante los Mellizos con un jonrón de tres carreras clave en el Juego 4. Tuvo siete imparables en la Serie de Campeonato ante los Medias Rojas. Incluso tuvo una pasantía con los Mellizos antes de retirarse en el 2006, con 40 años.

Al final de su carrera, Sierra se convirtió en lo que debió haber sido desde el principio: Un jugador que saca el máximo provecho a su potencial. Tuvo su renacer al final de su carrera.

“Debí haber llegado al Salón de la Fama”, dijo Sierra al New York Times. “Sé que debí haber acumulado 2,600 hits y 400 jonrones. Sólo quiero jugar lo mejor que pueda ahora. Sé que puedo terminar bien mi carrera”.

Sierra terminó su carrera de 20 años con 2,152 inatrapables y 306 bambinazos. Cabe destacar que es uno de apenas 95 jugadores de la historia en superar los 2,000 hits y 300 cuadrangulares, lo que habla del increíble talento del puertorriqueño a pesar de ser considerado por muchos como una decepción.

Durante su carrera, Sierra también se destacó como cantante de salsa, algo por lo que también fue criticado, por supuestamente haberle dedicado demasiado tiempo. Actualmente, sigue creando música.

Al final, tal vez no aprendió la lección a tiempo para rescatar su camino al Salón de la Fama. Pero lo hizo a tiempo para hacer las paces con managers y compañeros con quienes tuvo problemas en cierto momento. Todos cometen errores cuando son jóvenes. El truco es aprender de ellos. El secreto es identificar la lección. Siempre hay tiempo. Nunca es tarde.