Representó Hank Aaron dignidad y nobleza

22 de enero de 2021

Hank Aaron fue hijo de Mobile, Alabama y lo que él definió como su escuela fue Payasos de Indianápolis en las Ligas Negras. Lo único que hizo después de eso fue romper lo que era la marca más famosa del deporte estadounidense, la de los 714 jonrones de Babe Ruth.

Ahora ha fallecido a los 86 años de edad. Es el final de una increíble vida estadounidense, una llena de talento, gracias, posibilidades y valentía frente al racismo. Tal vez gracia es lo que más se destaca, de un gigante de hombre que se convirtió en la consciencia y el alma de su deporte.

Tuve la fortuna de hablar con él por teléfono de vez en cuando en los últimos años de su vida. Hablamos sobre las Ligas Negras y la justicia social tras la muerte de George Floyd. Hablamos de Jackie Robinson y WIllie Mays, además de una amistad con el ex Comisionado que duró más de 60 años.

“Hubo algo que nos enseñó Jackie a todos los jugadores negros que lo seguimos”, me dijo Aaron en junio pasado, “y eso fue que nunca debes aceptar ‘no’ como respuesta”.

Luego este hombre extraordinario, cuya vida fue tan importante en la historia de su deporte y de su país, habló de las protestas de Black Lives Matter que veía por televisión en ese momento.

“Ya no puedo moverme mucho”, me dijo. “Pero si pudiera hacerlo, estaría ahí marchando. Estaría ahí mismo en primera línea”.

Bueno, está ahí mismo en primera línea como uno de los jugadores más talentosos y más importantes en la historia del béisbol, no sólo porque diera su cuadrangular número 715 para superar a Ruth, rumbo a un total de 755 de por vida. Aaron nunca dio más de 50 vuelacercas en una campaña, pero conectó al menos 40 en ocho ocasiones. Fue un modelo de la consistencia.

Medía seis pies y pesaba 180 libras al dar todos esos jonrones, bromeando una vez que “lo único que consumí fue goma de mascar”. El número del que estuvo más orgulloso Aaron fue su total de 2,297 empujadas. Nadie ha impulsado más en Grandes Ligas.

Le pregunté a Aaron una vez si tenía algún lamento. Él se rio y dijo lo siguiente: “Nunca gané la Triple Corona. ¡Veo las cosas y no puedo creer que no gané dos o tres!”

Aaron jugó con los Bravos en Milwaukee y luego en Atlanta, donde finalmente rompió el récord de Ruth. No sólo lidió con la presión de buscar la marca, sino porque había un sector racista y enojado de los Estados Unidos que no quería ver a un hombre negro romper la marca de una estrella blanca.

Aaron, quien algunas veces salía a escondidos de los estadios durante la búsqueda del récord de Ruth, compartió una de las cartas racistas con la revista Sports Illustrated. Aquí, una parte: “No vas a romper el récord establecido por el gran Babe Ruth si depende de mí”. La carta se tornó peor de ahí en adelante.

Hace un par de años, me senté junto a él en Cooperstown cuando mi amigo Bob Costas fue exaltado al Salón de la Fama como locutor. Le pregunté ese día por qué guardaba esas cartas.

“Porque son parte de mi historia también”, me contestó.

Aaron quiso mucho a Jackie Robinson y fue inspirado por Robinson hasta entrado en sus 80, diciendo que Jackie era bueno en todo. “Hasta en jugar a las cartas”.

Hasta el final, Aaron siempre le hizo honor al hecho de que Jackie había sido el primero y que les había preparado el sendero para él, Mays y otros en la década de los 1950. También tuvo reverencia para los compañeros de equipo en Indianápolis, cuando se ganaba US$200 por mes. Siempre lamentó cómo los jugadores de las Ligas Negras no tendrían la oportunidad que él tuvo en las Mayores.

A Aaron le encantaba hablar de los lanzadores que enfrentó en sus 23 años en Grandes Ligas. Mencioné a Bob Gibson y al dominicano Juan Marichal y, por supuesto, a Sandy Koufax. Y luego dijo Aaron, ‘y no te olvides de un joven que llegó al final de los 60. El Sr. Seaver”.

Fue en aquella ocasión que Aaron me dijo que tenía un acuerdo con Koufax.

“Que a veces él me iba a superar y a veces yo lo iba a superar a él”.

Aaron fue una estrella tan grande como cualquiera en tres décadas diferentes. Era un adolescente cuando Robinson rompió la barrera racial. Era unos años más joven que Mays. Trabajó en los Bravos tras su retiro como jugador y fue un exitoso empresario. Trabajó años y años para recaudar fondos para el United Negro College Fund. Fue su manera de devolverle a la comunidad.

Ahora se nos ha ido este increíble hombre, el muchacho nacido en Mobile en 1934 que vivió para ver la toma de posesión de Joe Biden en enero del 2021.

En verano pasado, me dijo, “Dios, amo el béisbol”.

Dijo eso el regalo de Dios para el béisbol.