Fernando dejó huella entre sus compañeros

16 de abril de 2021

Hace cuatro décadas, un zurdo de Etchohuaquila, México, llamado Fernando Valenzuela cautivó al mundo beisbolero cuando empezó la temporada de 1981, ganando las primeras ocho aperturas de su carrera de Grandes Ligas por los Dodgers. Cuarenta años después, la actuación de Valenzuela durante dicha racha—siete juegos completos, cinco blanqueadas y efectividad de 0.50 en 72.0 innings—nos sigue dejando boquiabiertos.

El legado de Valenzuela proviene no solamente de lo que hizo en el terreno con su devastador tirabuzón (screwball), sino del impacto que tuvo fuera de él. Con su comienzo improbable, el sonorense capturó la imaginación del mundo beisbolero. En algún momento de aquellas primeras semanas de la campaña 1981, a ese fenómeno se le asignó un apodo: Fernandomanía. Y se manifestaba en estadios atestados, más adicional presencia periodística donde quiera que iban los Dodgers, y los aplausos de aficionados de origen latino, dentro y más allá de Los Ángeles, cuyo interés en el béisbol Valenzuela desató por primera vez.

El ex receptor Mike Scioscia, quien disputó toda su carrera de 1980 a 1992 con los Dodgers, señala que había más “energía” en el Dodger Stadium cuando lanzaba Valenzuela, mientras que el capataz de los Astros, Dusty Baker, quien patrulló los jardines por los Dodgers de 1976-83, compara el ambiente en los partidos de Valenzuela al béisbol invernal de México.

“Todos los países de Latinoamérica estaban representados cuando él lanzaba, no solamente México”, recuerda Baker. “Estoy hablando de El Salvador, Nicaragua. Había banderas”.

Sin embargo, para los integrantes de aquellos Dodgers del 81, el recuerdo que perdura de esa temporada acortada por la huelga no fue la algarabía que generó Valenzuela, sino su rol en ayudar al club alcanzar—y ganar—la Serie Mundial. El joven Valenzuela le puso la chispa a un equipo veterano que había disputado tres Clásicos de Otoño en la década de los 70, pero que no ganaba un campeonato desde 1965.

“La sensación era que a este equipo se le estaba acabando el tiempo para ganar un campeonato”, recuerda el inicialista Steve Garvey, quien militó por Los Ángeles de 1969-82. “Y resulta que este joven novato se convirtió en lo que se puede argumentar fue la pieza clave”.

Valenzuela terminó como el primer lanzador—y hasta la fecha, el único—que ha sido reconocido como Novato del Año y ha ganado el Premio Cy Young en la misma campaña. También dio la cara en la postemporada. Luego de registrar efectividad de 1.71 en cuatro aperturas entre los primeros dos rounds de los playoffs, Valenzuela lanzó toda la ruta y luchó para darles a los Dodgers una victoria sobre los Yankees en un Juego 3 crucial de la Serie Mundial, ya que Los Ángeles se encontraba abajo 0-2. Los Dodgers ganaron dicho compromiso 5-4 y terminaron coronándose en seis juegos.

“Me ayudó mucho estar en un equipo ya con algunos años en el béisbol y más aquí en Los Ángeles”, dijo Valenzuela. “Creo que eso fue una gran ayuda también para mí, de sentirme cómodo en ese grupo. No vamos a decir protegiéndome, sino ayudándome más bien en lo que uno carecía de experiencia, de cómo hay que llevar las cosas en el terreno y fuera del terreno de juego”.

La actuación de Valenzuela como novato tomó a muchas personas por sorpresa. Pero sus compañeros de equipo rápidamente lo comenzaron a ver no como un fenómeno, sino como una pieza crucial de su equipo.

“Me sorprendí por su edad”, dice Baker. “Pero después de un tiempo, dejamos de sorprendernos. Dependíamos de Fernando”.

Un atleta increíble
Baker, quien aprendió algo de español cuando jugó pelota invernal en México y tiene familiares mexicanos, le decía “estrella” a Valenzuela, quien sonreía y respondía, “tú [eres la] estrella”.

“Con toda la fama y todo lo que logró, siguió siendo Fernando”, dijo Baker.

Baker recuerda a Valenzuela en el dugout de los Dodgers, haciendo malabares con una bola tejida.

“Podía mantener esa cosa en el aire durante 20 minutos sin que tocara el suelo”, dice Baker. “Iba de un pie a otro, al codo, de regreso a los pies. Considera que ésa es una de las cosas más increíbles que he visto. He escuchado que es estupendo jugando golf, y no me sorprende para nada”.

La experiencia de jugar junto a Valenzuela ha influenciado a Baker durante su carrera como manager de las Mayores, la cual empezó con los Gigantes de San Francisco en 1993 y ha abarcado cinco equipos y casi tres décadas.

En 1980, el año en que Valenzuela hizo su debut de Grandes Ligas, los Dodgers y los Astros midieron fuerzas en un playoff de un juego para definir el ganador de la División Oeste de la Liga Nacional. Aunque Valenzuela había lanzado 15.2 innings en blanco como relevista desde que había sido convocado en septiembre, el manager Tommy Lasorda le dio la bola al veterano David Goltz. Los Dodgers terminaron perdiendo el partido 7-1.

Para bien o para mal, la decisión de Lasorda de no poner a Valenzuela a abrir aquel juego persiguió a Baker. Trece años después, en su primer año dirigiendo a los Gigantes, Baker infamemente le dio la bola a un novato, el dominicano Salomón Torres, en un Juego 162 contra Los Ángeles. Esa decisión tampoco dio resultados y la temporada de San Francisco terminó con una derrota por 12-1 ante los Dodgers. Pero Baker defiende su lógica.

“La gente me criticó por la decisión que tomé y por qué me fui con Salomón, y fue porque no nos fuimos con Fernando en aquel juego [en 1980]”, dijo Baker. “Creo que si tuviera que volverlo a hacer, eso es lo que haría”.

Compañeros de batería
Cuando Scioscia recuerda el pitcheo insignia de Valenzuela, el tirabuzón, recuerda el sonido que hacía mientras se acercaba al plato.

“Cuando puedes escuchar la rotación de la bola, sabes que hay un alto índice de rotación y que el lanzamiento va a romper bruscamente”, dijo Scioscia. “A veces se escucha con las curvas y los sliders de los lanzadores. El tirabuzón de Fernando giraba de una manera tan cerrada que lo escuchabas acercarse. Eso es lo que le permitía que pareciera una recta que rompía al último momento”.

Ningún receptor recibió más juegos de Valenzuela en las Mayores que Scioscia, quien estuvo detrás del plato para 345 de las 331 aperturas de temporada regular de Valenzuela con los Dodgers, incluyendo su no-hitter en 1990 contra los Cardenales de San Luis.

“Tenía un pulso muy lento, podía desacelerar el partido y hacer un pitcheo”, dice Scioscia. “Y, eso es lo que le permitía terminar tantos juegos, porque entre más avanzaba el juego, y los bateadores se venían más encima, podía crecerse ante el reto y seguir haciendo pitcheos, seguir compitiendo”.

Como Baker, Scioscia sabia algo de español gracias a que jugó béisbol invernal en la República Dominicana, lo cual le fue útil cuando comenzó a trabajar con Valenzuela. Pero aun cuando el zurdo aprendió inglés, cada vez era menos necesario que los compañeros de batería se comunicaran con palabras a medida que se fueron compenetrando.

“En ocasiones, hasta trabajamos con señas. Él ya sabía decir vamos a hacer este lanzamiento. Yo nada más decía, ‘no, no, no’ y él ya sabía lo que yo quería tirar”, recuerda Valenzuela. “Hubo una comunicación muy buena, muy oportuna. Un entendimiento que es muy importante en un juego entre el receptor y el pitcher”.

Un gran bromista
Pese a su corta edad, en la lomita, Valenzuela era, para usar la palabra de Garvey, “imperturbable”.

“Quizás por dentro estaba nervioso, pero los jugadores excepcionales pueden ocular ese nerviosismo”, dijo Garvey. “Es casi un juego de confianza. Estás tratando de proyectar eso en todo momento. Él tenía eso a temprana edad. ¿Completamente desarrollado? No. ¿Pero era lo suficiente para cumplir como novato? Definitivamente”.

Pero por toda la madurez que demostraba en el terreno, la juventud de Valenzuela se notaba en la cueva y en el clubhouse. Sus compañeros de equipo lo recuerdan como un bromista con un gran sentido del humor que Garvey describe como “pícaro”.

De su parte, Baker a cada rato sentía que alguien lo tocaba en el hombro, pero no había nadie detrás de él cuando se volteaba. El culpable siempre era Valenzuela.

“Fernando era un niño”, dijo Baker. “Y salvo cuando estaba en la lomita, se comportaba como un niño. Nos hacía reír”.

Valenzuela también era famoso por tener un lazo en su casillero. En muchas ocasiones, le enlazó el tobillo a Scioscia mientras el careta caminaba por el camerino de los Dodgers.

“Era increíble con el lazo”, dijo Scioscia. “Podía enlazar cualquier cosa”.

“Tratándose de un jugador joven, usualmente le toma algo de tiempo integrarse al clubhouse y tener la confianza para hacer esas cosas”, agregó Garvey. “Aun temprano en su carrera, tenía la confianza para hacerlas, lo cual creo le auguraba cosas buenas con respecto a su persona. Lo suyo iba mucho más allá de su habilidad de rendir en el terreno”.