El regreso de Paige a G.L. …a los 59 años

7 de febrero de 2022

Este reportaje fue publicado en la edición enero-febrero 2022 de la revista Baseball Digest

Las historias deben ser falsas. Tienen que serlo, ¿cierto? ¿Pegarle a un clavo con un pitcheo? ¿Lanzar una pelota a 400 pies? ¿Mandar a sus compañeros del infield de vuelta al dugout y luego ponchar a los tres bateadores con nueve lanzamientos?

¿O serían ciertas?

Cuando Leroy “Satchel” Paige se unió a los Atléticos de Kansas City en 1965 a los 59 años, entretuvo a sus nuevos y mucho más jóvenes compañeros con un sinfín de historias, como una sobre su legendario control. ¿Golpear una caja de fósforos con una pelota? Por favor, no puede ser.

“A Rene Lachemann le encantaban esas cosas”, dijo el outfielder de los Atléticos, Tommie Reynolds. “Lach era su cátcher, y ponía un papelito y Satcher la lanzaba sobre el papelito. Con una curva. Donde lo pusiera, Satchel la lanzaba exactamente allí”.

Confirmado.

“Era alguien especial”, dijo Lacheman. “Le recibí muchas veces en el bullpen. Echaba mucha broma con él y le decía, ‘Escuché que le tirabas strikes a un papelito de esos para envolver goma de mascar’. Me dijo, ‘Pon uno allá’, y seguro que sí, le pegó al papelito”.

Nadie estaba seguro de qué pasaría cuando Charles O. Finley firmó a Paige, la legendaria estrella de las Ligas Negras, el 10 de septiembre de 1965. Paige no lanzaba en las Mayores desde 1953 – 12 años atrás – y ya tenía 59 años, aunque a Satch le gustaba decirle a la gente que una cabra se comió la Biblia en la que estaba guardado su certificado de nacimiento.

Era una jugada publicitaria, seguro. Pero el resultado fue una de las hazañas más asombrosas y una de las noches más maravillosas en la historia del béisbol: el 25 de septiembre de 1965, la noche en la que Satchel Paige enfrentó a los Medias Rojas y dominó a bateadores de Grandes Ligas por tres innings.

“A mí no importaba nada si me hacía out”, dijo Jim Gosger, de 79 años, que jugó en el jardín central y se fue de 2-0 contra Paige. “Estabas enfrentando a alguien de su estatura, que había estado tantos años en el juego, y era un caballero. Un verdadero caballero. Es algo que nunca olvidas”.

Tan difícil de creer como las más insólitas historias de Satch, el eterno Paige lanzó tres innings en blanco en un juego de temporada regular de Grandes Ligas, permitiendo un solo hit.

“Inaudito”, dijo Lee Thomas, que cubrió la primera base para Boston. “Son cosas que no suceden”.

Los Atléticos iban rumbo a perder 103 juegos esa temporada, y con cada vez más problemas para llevar fanáticos al estadio, Finley salió con una de esas cosas que sólo se le ocurrían a él para atraer un poco más de aficionados. El manager Haywood Sullivan no quiso hacer comentarios sobre la firma de Paige, más allá de confirmar la orden de Finley: Paige abriría dos semanas después, el 25 de septiembre. El diario Kansas City Star logró dar con Bill Veeck, el hombre que había firmado al enano Eddie Gaedel, de panes 3 pies y 7 pulgadas, para que batera en un juego de Grandes Ligas, y cual profeta dijo lo siguiente: “Espero que Leroy sea utilizado como debe ser utilizado, como pitcher. Pondrá out a los bateadores lanzando algo al home, el saco de “perrubia”, su brazo o algo más”.

Tras no poder jugar en las Grandes Ligas durante sus mejores años debido a la barrera racial, Paige finalmente hizo su debut en las Grandes Ligas para Veeck a los 42 años en 1948. Dejó récord de 6-1 para los Indios, campeones de la Liga Americana, y lanzó en la Serie Mundial. Luego, con los Carmelitas de San Luis, una vez más de la mano de Veeck, fue al Juego de Estrellas a los 45 y 46 años. Luego jugó varias temporadas más en las menores.

En 1965, Paige necesitaba dinero. No había lanzado lo suficiente como para calificar para la pensión de MLB y su esposa, LaHoma, estaba esperando su octavo hijo. Había escrito a 20 equipos en búsqueda de un trabajo en el juego. Mientras tanto, Paige firmó con el promotor Abe Saperstein, el dueño de los Harlem Globetrotters y otrora inversor en las Ligas Negras, para hacer presentaciones personales. En junio, Paige lanzó una práctica de bateo antes de un juego de exhibición entre los Cardenales y los Tigres en Busch Stadium. Luego de que un bateador mandara una conexión hasta la pared, Paige dejó de tirar rectas de práctica de bateo y comenzó a utilizar su repertorio de pitcheos lentos y distintas mecánicas, y ninguno de los toleteros de Grandes Ligas pudo sacarle la bola del cuadro.

El 8 de septiembre, Finley hizo que su joven campocorto, el cubano Dagoberto Campaneris, jugara las nueve posiciones, y logró llevar 21,000 fanáticos al Municipal Stadium, donde los Atléticos apenas estaban llevando 1,000 aficionados para sus juegos en casa a finales de aquella temporada perdida. Dos días después, firmó a Paige, quien vivía en Kansas City y aceptó lanzar tres innings por US$3,500.

“Necesito tres o cuatro días para ponerme realmente en forma”, les aseguró Paige a los reporteros.

Cuando los Atléticos llegaron al estadio, Paige ya estaba en bullpen.

“Mr. Finley lo firmó y le dio una mecedora para que se sentara en el bullpen el tiempo suficiente para calificar para la pensión”, dijo Billy Bryan, de 82 años, quien fue el receptor de la histórica salida de Paige. “Hacía shows de autos y otras cosas en el estadio para llevar a los fanáticos, así que le dijo a Satchel que quería que abriera un juego para montar un show para la gente. Todo el mundo en el equipo terminó siendo amigo suyo porque estaba con nosotros todos los días. Pensábamos que sería bueno para el equipo, y además nos daba un poquito de publicidad”.

Paige era alto y delgado como un riel, igual que en sus mejores años, cuando Joe DiMaggio, Babe Ruth y Carl Yastrzemski padre lo enfrentaron en juegos de exhibición. El verde y dorado del uniforme de los Atléticos caía holgadamente de sus brazos y piernas.

“Le gustaba mucho hablar y contar historias”, dijo Bryan. “Nunca llamaba a nadie por su nombre. Si estaba hablando con el cátcher decía, ‘Hey, Catch, Hey, Catch’, o con otro pitcher, ‘Hey, Pitch’”.

Paige se hizo buen amigo de Lachemann, un novato de 20 años, que se sentaba cerca suyo en el autobús y al que le encantaba escuchar historias sobre Cool Papa Bell, Josh Gibson y todos los otros, por no hablar de “blooper”, su famoso pitcheo lento, o “eephus”.

“Se pone a lanzar práctica de bateo y le digo, ‘Tírame el eephus’, y se lo bateo fuera del estadio”, recordó Lachemann, de 76 años. “Le dije, ‘Hey, Satch, tírame otro’, y empieza a hacer el mismo movimiento y de golpe suelta una recta y me rompió el bate, me pegó justo sobre los nudillos, y el bate se reventó en pedazos. Y me dijo, ‘¿Qué tal mi eephus, Lach?’ Era un tipazo”.

La idea era que Paige fuese una especia de coach y “cheerleader” durante ese mes, y a la vez que el tiempo contara para que acumulara el tiempo de servicio necesario para calificar para la pensión de US$125 al mes. Bromeaba con los jugadores sobre su edad, repetía sus famosas 10 reglas para llevar la vida, y otras de sus famosas historias.

“Seguro, lo disfruté mucho”, dijo Reynolds, de 80 años. “Yo solía ir al bullpen, cosa que normalmente no hacía porque era jugador de posición, pero no me importaba ir al bullpen cuando Satch estaba ahí. Escuché muchísimas historias, siempre mantenía un ambiente bien entretenido”.

“Él nos decía, ‘Si tu ves un oso, no me ayudes a mí, ayuda al oso’. Después del juego, no se duchaba porque, según él, ‘el agua oxida el acero’.

“Estar cerca de Satch era como ser parte de la historia”.

El 23 de septiembre, sólo 690 fanáticos fueron a ver a los Atléticos jugar contra los Senadores de Washington. La noche siguiente, 2,304 fueron a ver a Jim Hunter, a quien Finley había firmado desde la preparatoria, recibir el apodo de “Catfish” y subir directo a las Grandes Ligas. Lanzó un blanqueo de dos hits para doblegar a Boston, con 40 años menos de edad que el abridor de la noche siguiente.

El 25 – nombrada “La noche para celebrar a Satchel Paige” – 9,289 fanáticos dijeron presente. Un grupo de retiradas estrellas de las Ligas Negras, incluyendo a Bell y Buck O’Neil, se reunieron para jugar un par de innings mientras Paige, más viejo que la mayoría de ellos, se preparaba para el evento principal.

“A nosotros nunca nos dijeron nada hasta que llegamos al estadio y vimos que iba a lanzar”, aseguró Gosger. “Y había mucho público para verlo”.

Paige tomó su lugar en el bullpen por la línea del jardín derecho, sentado en su mecedora, con una enfermera untándole linimento en el brazo derecho, otro ejemplo de cómo Finley podía explotar todo el tema de la edad de su pitcher hasta más no poder. Pero Paige le dijo a Lachemann que cuando se montase en la lomita iría con todo ante Boston. “Ahí es donde me gano mi dinero”, dijo.

“Lo que más nos preocupaba la noche que salió a lanzar”, recordó Reynolds, “era que alguien diese un batazo por el medio, porque él no se podía mover para quitarse”.

Lanzar – al más alto nivel – requiere de una buena dosis de actuación, lanzar un pitcheo mientras pretendes que estás tirando otro, actuar como si tu brazo no te duele cuando claro que lo hace, mostrar la mejor cara cuando tu confianza te abandona. Paige actuó aquella noche. Actuó como si fuera un muchacho y su recta todavía tronase.

“Oh, él se tenía mucha confianza”, contó Reynolds.

“Tenía una clase tremenda”, añadió Gosger. “La forma en la que caminaba hacia el montículo, era algo que tenías que ver”.

El umpire Bill Valentine tomó su puesto detrás del home. Bryan se agachó; tenían dos señas, un dedo para recta, otro para cambio. Algunas veces Paige decía que sí a la recta y lanzaba el cambio. Y tenía varios tipos de cada uno de sus pitcheos.

“No teníamos idea de qué podían estar buscando ellos”, dijo Bryan. “Y quizás podían estar buscando algo más que lo que él realmente tenía”.

Gosger, un clásico bateador de rectas, se montó en el plato para iniciar el juego. Paige tiró el primer strike. Gosger bateó el tercer envío, conectando un globito a primera base. El siguiente toletero, Dalton Jones, se embasó por un error. Llegó a segunda cuando Bryan no pudo retener un envío, y luego se fue a tercera, pero Bryan lo retiró allí. Paige cayó detrás en el conteo contra Carl Yastrzemski, 3-0, y luego Yaz bateó una recta alta, de las pocas que lanzó Paige esa noche, contra la pared por el jardín izquierdo para anotarse un doble.

En 1950, Yaz había sido el bat boy mientras su padre, Carl Sr., enfrentaba a Paige en un evento de exhibición en Long Island, Nueva York.

“Tenía el mismo movimiento elegante y sencillo contra mi padre que el día que lanzó contra mí”, le dijo Yaz al Kansas City Star 50 años después. “Bien fácil, pausado, y luego ‘boom’”.

Entonces tocó el turno de Tony Conigliaro, de apenas 20 años de edad, quien iba rumbo a convertirse en el jugador más joven que lideraba a la Liga Americana en jonrones. Paige soltó la otra gran arma que le quedaba – el pitcheo que soltaba con un movimiento en el que hacía una pausa -- y Tony C falló con un elevado al right field.

“A esa edad no lanzaba realmente duro”, acotó Bryan, “pero todavía podía llevar la pelota de la lomita al plato, con buena puntería. Lanzaba strikes. Uno de sus principales lanzamientos era lo que él llamaba su pitcheo titubeante. Empezaba con muchos movimientos, luego se paraba, y luego seguía con un cambio de velocidad”.

Y eso acabó con el timing de los bateadores profesionales que lo estaban viendo por primera vez.

“Los bateadores no querían hacer el ridículo”, dijo Thomas, de 85 años, quien lideró el segundo inning para Boston. “Yo sabía que tenía el pitcheo esa en el que hacía una pausa, todo el mundo estaba hablando de eso. Me lo lanzó, con el segundo pitcheo, y di un globito al short. La bola se te venía encima como un gran cambio”.

Paige ya estaba en su ritmo. Retiró a todos los bateadores que vio después de Yastrzemski, ponchando a su contraparte ese día, Bill Monbouquette.

¿Y qué tan duro lanzaba a los 59 años?

Gosger estima que entre 85 y 90 millas por ahora, con casi todos los envíos a la altura de las rodillas.

“No me puedo imaginar lo duro que lanzaba cuando era joven”, dijo Gosger. Thomas dijo que esa noche quizás estuvo por las 75 mph. Lacheman piensa que cerca de las 85 mph. Reynolds se ríe cuando escucha esos estimados.

“En esa época no medían las millas por hora”, recordó Reynolds. “Pero Satchel tenía un gran control. No lanzaba muy duro, pero podía poner la pelota donde quería. Apuntaba y ponía la bola allí mismo”.

“Yo no recuerdo a nadie más que le batease duro ese día, más allá de la bola que conectó Yaz”, acotó Bryan. “Todos estaban como ansiosos y adelantados con el swing”.

“No es como si los Medias Rojas le estaban regalando nada”, dijo Lachemann. “Eran un equipo que bateaba, y era un juego de Grandes Ligas, con ambos equipos peleando para no terminar en el sótano. Estos muchachos hoy lanzan a 95 o 100 y no tienen control de nada, así que la lanzan sobre el plato y se las botan. Si lo hubiesen visto lanzar, adentro, afuera, donde quería, arriba y abajo. Iba y la ponía donde quería”.

Con dos outs en el tercero, Gosger regresó al plato por segunda vez y volvió a ver otra recta, fallando con un rodado al shortstop. Siete en fila.

“Y mientras me estaba devolviendo a buscar mi guante, me agarró el brazo”, relató Gosger. “Y me quedé pensando, ‘Oh-oh, ¿qué estaba pasando ahora?’ Se me quedó viendo y me dijo, ‘Buena suerte, muchacho’, y eso es algo que nunca voy a olvidar. Uno de los mejores momentos de mi carrera, ser el último bateador que lo enfrentó”.

Paige firmó por tres innings y tres innings lanzó, utilizando 28 pitcheos. Salió para la lomita en el cuarto con ventaja de 1-0, pero antes de que tirase otro envío, Sullivan lo sacó del juego. Ambos regresaron juntos hacia el dugout. Paige se quitó la gorra y se inclinó para saludar al público.

“Oh, hombre, aquello fue una maravilla”, dijo Reynolds. “Todo el mundo se paró y le dieron una ovación. Él estaba muy calmado. Era una persona humilde, y fue impresionante ver aquello. Su familia estaba allí, tenía como ocho hijos, y recuerdo que su esposa estaba embarazada en ese momento”.

Después del juego, que los Medias Rojas ganaron con una remontada liderada por jonrones de Thomas y Conigliaro, Paige salió al terreno para recibir otra ovación. Con las luces del estadio a media potencia, y fósforos y cigarrillos encendidos por las tribunas, el público empezó a cantar “The Old Gray Mare” (“La Vieja Llegua Gris”), otra de las jugarretas sentimentalistas de Finley.

Paige lanzó tan bien, que en la prensa se empezó a especular si Finley debería aprovechar y firmarlo de una vez para 1966. Todavía necesitaba otro mes para recibir su pensión. En el St. Louis Post-Dispatch, el columnista Bob Broeg presentó una idea. “Un abridor de tres innings”, escribió. “¿Por qué no dejar que el abridor regular entre en el cuarto innings en vez de venirse abajo en el séptimo?”.

Imagínense, Satchel Paige ha podido ser el primer “opener” del béisbol.

Pero las emociones fueron cediendo. Paige, bajo contrato con Saperstein, no volvió a lanzar y los Atléticos lo dejaron libre en octubre.

“Él podía lanzar, pero no se podía mover”, dijo Reynolds. “Si un equipo quería vencerlo, podían avergonzarlo tocando la pelota o algo así. Un rolling al lado derecho del infield, no había forma de que pudiese ir a cubrir la primera base”.

Reynolds recordó que alguien trató de tocar esa noche, y que el público lo abucheó, pero los diarios del día siguiente no lo mencionaron.

En 1968, los Bravos firmaron a Paige y lo mantuvieron en el roster para ayudarlo a conseguir su pensión, y cuando las reglas cambiaron en 1969, eventualmente empezó a recibir US$250 al mes. En 1971, Paige fue finalmente exaltado al Salón de la Fama, con “Kansas City (LA) 1965” entre los equipos listados en su placa.

“Nos mantuvo en un hit, por Dios santo”, dijo Gosger. “Teníamos buenos bateadores. Que alguien de su edad pudiese hacer algo, es tremendo logro. No sólo es un tributo al béisbol, pero un tributo a Satchel Paige que a su edad, todavía pudiese tirar la pelota tan bien”.