“Mr. Octubre” recuerda lo mejor de su carrera

17 de mayo de 2020

Mr. Octubre cumple 74 años el lunes.

“Soy un abuelo”, dice Reggie Jackson.

No siempre lo fue. En otra época bateaba jonrones, 563 de ellos en las Grandes Ligas. Sacó tres durante una memorable noche en el viejo Yankee Stadium en el Juego 6 de la Serie Mundial de 1977. Pegó una que dio en una torre de luces en Tiger Stadium en el Juego de Estrellas de 1971, un cañonazo del que todavía habla la gente, entre otras cosas porque la pelota parecía que iba camino a la luna.

Pero la verdad es que siempre estaban hablando de Jackson en aquellos años, sus mejores temporadas, cuando era la más grande o una de las más grandes estrellas del béisbol. No era sólo un gran sobrenombre, uno de los mejores en la historia del béisbol. Era uno de esos tipos para que sólo necesitabas el nombre:

Reggie.

Cuando George Steinbrenner lo firmó por cinco años y US$3 millones como agente libre en 1976, era el contrato más grande de la historia. Una vez había dicho que, si jugara en Nueva York, una barra de caramelo llevaría su nombre. Y así fue cuando llegó a la Gran Manzana. Ganó dos Series Mundiales allí, después de haber ganado previamente tres en fila con los Atléticos.

Hablamos de muchas cosas cuando lo llamé el viernes para desearle un feliz cumpleaños adelantado. Empezamos hablando del Juego 6 de la Serie Mundial de 1977, el día de los tres jonrones.

Esa fue la noche en la que los Yankees ganaron su primera Serie Mundial desde 1962, y la noche en la que Reggie realmente se convirtió en “Mr. Octubre”. Ya había conectado dos cuadrangulares cuando se paró en el plato contra Charlie Hough en la parte baja del octavo inning.

Le pregunté sobre ese momento.

“Bueno, yo sabía que se había ido”, dijo Reggi. “Y sabía que el número era tres. Yo siempre fui un tipo de estadísticas. Sabía que había dado cinco jonrones en esa Serie, y nadie había bateado tantos (Chase Utley y George Springer lo empataron en 2009 y 2017, respectivamente]. Así que un montón de cosas me empezaron a pasar por la mente cuando empecé a recorrer las bases, en medio de todo ese ruido”.

“Al día siguiente había una foto mía en el (New York) Daily News, en la que salía pasando por segunda, al lado de Bill Russell (el shortstop de los Dodgers). Y ninguno de mis pies estaba tocando la tierra. Bueno, yo me sentía exactamente así en ese momento”.

Le pregunté también que es lo que lo hace sentir más orgullo cuando piensa en su carrera.

“Siempre me mantuve firme”, respondió Jackson.

Hizo una pausa y luego habló de los años 60, 70 y 80 en el béisbol, y de los jugadores con los que compartió durante esas 21 temporadas.

“Yo siempre aprecié mucho a los grandes jugadores con los que jugué, y a los que enfrenté”, aseguró Jackson. “Vi los últimos años de Willie (Mays) y Hank

(Aaron). Vi a Al Kaline, Willie McCovey y Billy Williams. Frank Robinson y Pete Rose y Johnny Bench. Me enorgullece haber sido amigo de Jim Palmer y Tom Seaver. Jim Rice. Ozzie (Smith).”

Entonces hizo una pausa.

“Me ayudaron a entender que, para cualquiera de nosotros, se trataba de más que talento”, dijo Jackson. “Se necesita personalidad para ser un gran pelotero. Estoy viendo eso ahora en ‘The Last Dance’ con Michael Jordan.”

El aniversario de su debut en las Mayores es dentro de unas pocas semanas. Fue con los Atléticos de Kansas City, el 9 de junio de 1967. Tenía 21 años de edad. Su última temporada fue la de 1987, cuando regresó a los Atléticos de Oakland. Tenía 41 años e igual se las arregló para dar 15 jonrones esa temporada. Y cualquiera que lo haya visto sabe cómo es que todo el estadio se detenía cuando se paraba en el plato.

“¿El mejor manager para el que jugaste?”, le pregunté.

“Dick Williams,” dijo Jackson, en referencia al hombre que lo dirigió cuando ganó las Series Mundiales de 1972 y 1973 con los Atléticos.

Finalmente, le pregunté cuál había sido el mejor pelotero con el que había jugado. Y Reggie, siempre lleno de sorpresas, salió con una más, sólo por la historia y la controversia que rodeó su relación con este hombre cuando llegó por primera vez a Nueva York.

“Thurman Munson,” me dijo Reggie Jackson, sin un ápice de duda en su voz.

Luego regresamos al Juego 6, en 1977, cuando Reggie se convirtió en leyenda en el estadio que construyeron para las leyendas de octubre.

“Me acuerdo que, cuando pasé por tercera, vio hacia la suite de George”, contó Jackson. “Porque en ese momento, sentí como si le hubiese reembolsado lo que pagó por mí”.