O’Neill, inmensa figura de la dinastía Yankee

24 de febrero de 2022

En agosto, los Yankees retirarán el número de Paul O'Neill, quien habría encajado en cualquier gran equipo de los Yankees de cualquier era. La ceremonia se llevará a cabo el día 21, para el Nro. 21. Es un honor apropiado para alguien que se convirtió en un verdadero grande de los Yankees después de que Gene Michael lo trajo vía canje en noviembre de 1992. Desde el momento en que llegó al viejo Yankee Stadium, O’Neill representó todos los valores que él creía el uniforme debería todavía representar. Significa que llegó sabiendo exactamente dónde se encontraba.

En la segunda temporada de O'Neill con los Yankees, cuando estuvo bateando .400 por un largo trecho al inicio de esa campaña y terminaría llevándose la corona de bateo, me senté junto a él en su casillero una tarde. Aquí, una parte de lo que O’Neill dijo acerca del equipo con el cual un muchacho de Cincinnati ahora jugaba:

“Siempre he estado cautivado con la historia del juego. Y justo en ese sentido, el Yankee Stadium es el único lugar para estar”, dijo. “Existen varios parques especiales en el juego, al menos los que todavía funcionan. Tengo una fotografía de mí mismo cuando tenía 4 o 5 años que mi padre tomó en el Crosley Field. “Él siempre me inculcó el aprecio por la historia. Entonces, yo aprecié el Fenway Park y aprecié el Wrigley Field. Pero tienes que empezar aquí. Pienso en ello cada noche, cuando camino por el pasillo que va del clubhouse al dugout. Lo valoro cada noche”.

O’Neill ya había ganado la Serie Mundial con los Rojos en 1990. Ganó cuatro títulos más con los Yankees en sus nueve campañas con el equipo a rayas, y casi ganaba un quinto campeonato hasta que los D-backs remontaron en la parte baja del noveno del Juego 7 en el 2001. Fue un bateador de .300 de por vida con los Yankees, y aunque Don Mattingly todavía jugaba en el Bronx cuando O’Neill llegó a Nueva York, y aunque Derek Jeter empezó a convertirse en el rostro de la franquicia una vez que Mattingly se fue, O’Neill se convirtió en uno de los Yankees modernos más queridos, debido a la manera en que jugaba al béisbol.

“Se avergonzaba cuando lo ponían out”, recuerda Buck Showalter, el primer piloto de O’Neill con los Yankees.

“Era nuestro jugador chapado a la antigua”, comentó David Cone.

Siempre hubo una gran amistad entre Cone y O’Neill. Nacieron con siete semanas de diferencia uno del otro en 1963. Cone fue elegido por los Reales en la tercera ronda del Draft amateur de 1981, mientras que O’Neill fue seleccionado en la cuarta ronda por los Rojos. O’Neill llegó a Nueva York primero. Cone llegó al Bronx a mediados de la campaña de 1995. Después de eso, lo único que sabían hacer era ganar juntos.

“Realmente existieron muchas similitudes en nuestras trayectorias de carrera”, destacó Cone. “Ambos fuimos elegidos en el Draft por nuestros equipos de casa y pudimos debutar con nuestros equipos de casa. Pero simplemente había algo acerca de Nueva York que hizo que sacáramos lo mejor de nosotros”.

Luego Cone empezó a hablar de algunos de sus recuerdos favoritos del Nro. 21. Primero está la atrapada que O’Neill hizo mientras corría sobre su pierna buena (tenía una lesión en la corva en la otra) hacia una bola bateada por el dominicano Luis Polonia para finalizar el Juego 5 de la Serie Mundial de 1996 y preservar la victoria por 1-0 de los Yankees, la última jugada en el viejo Estadio del Condado Atlanta-Fulton, una que O’Neill coronó chocando con su mano la cerca del bosque derecho.

Y Cone recordó con cariño, al igual que lo hacen los fanáticos de los Yankees, el turno al bate de 10 pitcheos de O’Neill ante el dominicano Armando Benítez en el Juego 1 de la Serie del Subway, el Clásico de Otoño del 2000 vs. los Mets. Era la parte baja del noveno acto cuando O’Neill se paró en el plato. Los Yankees perdían por una carrera. Pero O’Neill finalmente negoció una base por bolas. Los Yankees empataron el partido en la novena entrada y lo ganaron en extrainnings. Los Bombarderos terminaron ganando aquella Serie Mundial en cinco juegos. Quizás eso no habría sucedido si O’Neill no hubiese batallado contra Benítez de la manera en que lo hizo esa noche.

“Pero inclusive ése no es mi mejor recuerdo de Paul”, expresó Cone. “Mi mejor recuerdo es el deslizamiento vs. los Indios”.

Oh, sí. El Deslizamiento. Juego 5 de la Serie Divisional de 1997, Nueva York frente a Cleveland.

Los Yankees habían quedado a cuatro outs de ganar la serie en el Juego 4. El puertorriqueño Sandy Alomar de Cleveland se voló la cerca frente al panameño Mariano Rivera y la serie se empató. La noche siguiente, los Indios llevaron una ventaja de 4-3 a la parte baja del noveno. Dos outs. Bases limpias. O’Neill ya había sido un gigante por los Yankees en esa serie. Tenía siete hits (incluyendo par de jonrones y un grand slam) y terminaría bateando .421.

“Él no iba a dejarse convertir en el último out del partido, o de nuestra temporada”, manifestó Cone.

O’Neill conectó un batazo que se estrelló contra la valla en el jardín derecho-central. Aunque sabía que si era puesto fuera en la intermedia la campaña terminaría para ellos, en su mente siempre estuvo agenciarse un doble. Marquis Grissom realizó una estupenda jugada a una mano tras el rebote en los jardines y su tiro al venezolano Omar Vizquel pareció haber sentenciado a O’Neill. Pero de alguna manera, O’Neill se deslizó por enfrente de Vizquel en la intermedia y cayó fuerte sobre una rodilla, logrando tocar la base con su mano derecha para llegar quieto. El siguiente bateador, el boricua Bernie Williams, sería el ultimo out de la campaña para los Yankees, que veían terminada la defensa de su título de 1996.

Pero Paul O’Neill hizo todo lo humanamente posible para que pasara lo contrario.

“La manera en que se deslizó nos hizo ver que estaba dispuesto a arriesgar su físico para tratar de colocarse en posición de anotar”, rememoró Cone. “Por ese deslizamiento fue que George [Steinbrenner] empezó a llamarlo, ‘El Guerrero’”.

El apodo se le quedó. Por ser un gran Yankee. Nro. 21. El número que será retirado en agosto. Otra manera de honrar a un jugador que siempre honró a los Yankees de Nueva York.