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Carlos Martínez cuenta su ascenso a Grandes Ligas

Bienvenidos a mi nuevo blog. El apodo "Tsunami" es una historia aparte. Ahí va.

Como niño, tenía el sueño de llegar a Grandes Ligas, como cualquier otro pelotero juvenil en Puerto Plata, República Dominicana. Para mí era más que ponerme un uniforme de Grandes Ligas, jugar ante las cámaras de televisión o que miles de fanáticos gritaran mi nombre. Tenía la ilusión de sacar de la pobreza a mi familia, de tener un futuro y de enorgullecer a mi pueblo natal. He tenido muchos altibajos camino a las Grandes Ligas, pero en este blog digamos que hubo una OLA de adversidad.

Aunque yo era bien flaco y más pequeño que la mayoría como adolescente, pensaba que tenía el talento para jugar como jugador de posición. Era un bateador con confianza. Pensaba que podía batear a los niveles más altos, pero después de varios intentos fallidos ante scouts de MLB como torpedero, mi coach me convenció a empezar a pitchar debido a la fuerza que me dio Dios en el brazo. La transición (de torpedero a pitcher) fue un proceso largo; de hecho, quería dejar de jugar béisbol en sentido general.

Lo que me mantuvo con las aspiraciones y el deseo de triunfar fue pensar en las condiciones de vida (de las peores en Puerto Plata) de mi familia. Vivíamos en una casa humilde hecha de madera, con techo de zinc, al lado de un río contaminado.

Me crió mi abuela, pero yo le digo mamá.

Aún recuerdo los días lluviosos cuando el agua del río llegaba hasta la sala de nuestra casa y mi mamá levantaba los mueblas hasta que salía el agua. Parecía que una ola iba a acabar con nuestra casa…pero ésa no es la razón por la que me dicen Tsunami…jaja.

Después de muchas pruebas y ofertas de contrato, finalmente firmé con los Cardenales en el 2010 por un monto inesperado de US$1.5 millón. Fue uno de los días más felices de mi vida porque por el momento, ¡pensaba que había llegado a lo máximo! Pude sacar de la pobreza a mi familia. Compramos una casa de ladrillo en un buen vecindario, Torre Alta. Siempre vuelvo a la comunidad donde me crié y nunca olvidaré de dónde vengo. Ahora era tiempo de asegurar nuestro futuro a largo plazo y empezar mi camino hacia las Grandes Ligas.

En mi primer año como profesional en la Dominican Summer League, tiraba a 97-99 millas por hora y llegué a un tope de 102. Se habló mucho sobre la velocidad de mi recta. Los fanáticos locales me apoyaban en cada salida. Desde las gradas, un fanático gritó, "Este muchacho es tan dominante, es como un tsunami que se adueña de esta liga". Después de eso, todo el mundo en la academia de los Cardenales en Dominicana me decía Tsunami. Así nació el apodo, pero de cualquier manera yo era el mismo muchacho de Puerto Plata con sueños de Grandes Ligas. Ya tenía la fama, pero me mantuve enfocado en mi preparación y mi deseo de llegar a Grandes Ligas. Le doy gracias a Dios cada día por esa bendición. Seguí tirando bien y los Cardenales me mandaron a los Estados Unidos.

Cuando llegué a Júpiter, Florida, todos mis compañeros habían escuchado que mi apodo era Tsunami y desde entonces así me han dicho. De hecho, tengo un tatuaje de eso en mi brazo de lanzar. Eso me recuerda a mis luchas y me motiva a alcanzar mi potencial. Me falta mucho todavía, pero por el momento me da orgullo decir que soy un jugador de Grandes Ligas.

La lección que saco de todo esto es la siguiente: La vida es una bendición. Si tienes un don de Dios, enfócate en eso, desarróllalo y la vida te dará una OLA de oportunidades. De ahí depende de ti aprovecharlo al máximo.

Tsunami