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Hijo de una estrella, Miguel Vargas ha forjado su propio camino

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@juanctoribio
20 de junio de 2023

LOS ÁNGELES -- Cuando se le pregunta cuántos hits bateó su padre, el legendario beisbolista cubano Lázaro Vargas, durante su ilustre carrera en la Serie Nacional Cubana, Miguel Vargas responde rápidamente: 991. Puede recitar todos los logros de su papá en el terreno, entre los que destacan sus dos medallas de oro olímpicas.

Sin embargo, a pesar de la admiración que siente por la carrera de su padre, Miguel desde muy joven quiso crear su propia identidad.

Miguel nunca emuló la postura de bateo de Lázaro, ni arrastró el bate por la tierra desde el dugout hasta la caja de bateo, como solía hacer su padre. Evitó llevar el número 20, el que Lázaro hizo famoso durante sus días como estrella de los Industriales en Cuba.

Eran pequeñas cosas, pero hechas con intención, ya que intentaba diferenciarse del legado que creó su progenitor.

“Quería ser yo mismo”, dice Miguel. “No quería que me vieran sólo como su hijo. Quería ser tan bueno como él, o incluso mejor”.

¿Y ahora? Miguel se ha labrado su propio camino hacia el estrellato del béisbol, y su padre no podría estar más orgulloso.

“Sin duda es mejor que yo”, asegura Lázaro. “Tiene mejores herramientas que yo. Batea más que yo, corre más rápido que yo y es mucho más fuerte que yo”.

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Sentir la presión de ser hijo de un beisbolista consumado no es raro. Sin embargo, en naciones más pequeñas como Cuba, el nivel de expectación es mucho mayor. Los hermanos Gurriel se enfrentaron a algo similar en la isla y después de desertar. De hecho, los Gurriel cambiaron la forma de escribir su apellido (originalmente era Gourriel) simplemente para distinguirse de su padre, Lourdes Gourriel, medallista de oro olímpico y estrella cubana durante dos décadas.

“Realmente sentí [la presión] cuando empezaba en Cuba”, dijo el primera base de los Marlins, Yuli Gurriel, miembro del equipo cubano ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos del 2004. “La gente no me miraba como a otro jugador de pelota; simplemente esperaban [de mi hermano, Lourdes Gurriel Jr., y de mí] que estuviéramos al mismo nivel de nuestro padre desde el principio. Imagino que Miguel pasó por lo mismo”.

Miguel era aún un niño cuando Lázaro terminó su carrera de 16 años con Industriales en Cuba. Pero a medida que crecía, se dio cuenta de los logros de su papá.

Lázaro terminó su carrera con un promedio de .322, registrando 991 hits en sólo 872 partidos. Las estadísticas, que incluyen la ridícula cifra de 136 pelotazos de por vida, hablan por sí solas. Entre los jugadores de la Serie Nacional, la principal liga cubana, Lázaro está considerado uno de los dos mejores antesalistas de la historia, junto con Omar Linares.

A pesar de lo bueno que era en Cuba, Lázaro realmente dejó su huella a nivel internacional.

En 1992, Lázaro y el equipo nacional cubano viajaron a Barcelona como favoritos para ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, y eso fue exactamente lo que hicieron. Lázaro se fue de 37-17 en el torneo y se convirtió en el primer jugador que bateó para el ciclo en los Juegos Olímpicos, al hacerlo en el encuentro por la medalla de oro contra China Taipei.

Dos años después, Lázaro sufrió una devastadora lesión de rodilla. Los médicos le dijeron que tendría problemas para caminar el resto de su vida y que su carrera como jugador había terminado.

Sin embargo, un año después, un Lázaro sano ganó el título de bateo en la Serie Nacional Cubana, lo que le ayudó a asegurarse un puesto en el equipo olímpico de 1996. En ese torneo bateó de 35-12 y Cuba ganó su segunda medalla de oro consecutiva. Lázaro se hizo tan popular en la isla que aparece en la estampilla postal de 15 céntimos de Cuba.

“Les puedo asegurar que nunca pasó tres semanas viendo pitcheos como Miguel lo hizo en el Spring Training de este año", bromeó el manager de los Tigres, A.J. Hinch, quien, como catcher de la selección de Estados Unidos, compitió contra Lázaro en las Olimpiadas del 96. Hinch se refería a que Miguel no pudo hacer swing en los entrenamientos primaverales durante unas semanas debido a una fractura en el dedo meñique de la mano derecha. “Ese país en esa época producía increíbles talentos que nunca llegaron a ver las Grandes Ligas”.

Lázaro dijo que la idea de jugar en Estados Unidos no se le pasó mucho por la cabeza. Preguntarse "qué hubiera pasado si" es algo que hace de vez en cuando ahora, pero no se arrepiente de no haber salido nunca de la isla para buscar otras oportunidades.

Lázaro dice que no se le pasó mucho por la cabeza la idea de jugar en Estados Unidos. Preguntarse “qué hubiese pasado si” es algo que hace de vez en cuando, pero no se arrepiente de no haber salido nunca de la isla para buscar otras oportunidades.

Era una época diferente, señala Lázaro, ya que hasta que René Arocha desertó en 1991, los jugadores ni siquiera hablaban de esa posibilidad. Para entonces, Lázaro ya tenía 27 años.

“No sabía cómo vivía la gente en Estados Unidos. No sabía cómo era el sistema”, dice Lázaro. “Nunca me lo había planteado. Si hubiera venido a Estados Unidos, quizá Miguel no habría nacido. Así es la vida”.

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Miguel siempre supo que quería jugar en las Grandes Ligas. De niño, solía ser el mejor jugador -y el más joven- de sus equipos. Cuando tenía 14 años, Miguel se unió a Industriales en la Serie Nacional Cubana.

Entre sus compañeros de equipo estaban Lourdes Gurriel Jr, Yuli y Yusniel Díaz, quien fue la pieza clave en el canje que llevó a Manny Machado a Los Ángeles en el 2018. ¿Su mánager? Lázaro Vargas.

“Un día yo había puesto seña de dejar pasar el pitcheo, y [Miguel] hizo swing con tres bolas y ningún strike y tuve que dejarlo en la cueva”, se rió Lázaro. “El día que finalmente lo puse a jugar, le dije que lo iba a hacer, pero no sólo para aparentar. Le dije que era mejor que no se ponchara, o dejara pasar varios rollings. Ese día jugó realmente bien, y entonces supe que tenía todas las herramientas y el corazón para jugar a este deporte a un alto nivel”.

Jugar en ese equipo con 14 años también le demostró al propio Miguel que era capaz de competir a un nivel superior. Ese mismo año representó a Cuba en un torneo sub-15 celebrado en México. Después de ese campeonato, Miguel le comentó a Lázaro y a su madre su deseo de abandonar la isla y seguir una carrera profesional en Estados Unidos.

Un año más tarde, Miguel viajó a Japón para participar en un evento sub-18. Cuando regresó a La Habana, Miguel sólo pensaba en enseñarles sus nuevos zapatos y su mochila a sus amigos.

En cambio, dos días antes de cumplir 15 años, sus padres sentaron a Miguel y le notificaron que se marchaban a Ecuador, el primer paso para ayudarle a hacer realidad el sueño de su vida.

“Tenía muchas emociones, obviamente”, confesó Miguel. “Creo que todos tomamos la decisión. Mi madre definitivamente lloró cuando dejó a su mamá y a su familia en Cuba. Fue duro para todos nosotros. Pero yo estaba preparado y sabía que el momento iba a llegar. Sólo quería jugar en las Grandes Ligas”.

Tras abandonar Cuba, la familia Vargas permaneció seis meses en Ecuador antes de ir a las Bahamas. Lázaro entrenó a Miguel, junto con el hermano mayor de Miguel, Alejandro, en unas instalaciones cercanas.

“Recuerdo que me levantaba por la mañana, entrenábamos por la mañana, volvía a casa a comer y me ponía a dormir siesta”, cuenta Miguel. “Luego, por la noche, iba al gimnasio. Esa fue mi vida durante un año y medio”.

Una vez en Bahamas, Miguel creyó que firmaría inmediatamente después de cumplir los 16 años, como es habitual para las grandes promesas internacionales. En lugar de eso, soportó un viaje emocional de dos años lleno de altibajos.

“Recuerdo que les dije a mis padres que no quería jugar más”, revive Miguel. “La vida de los jugadores cubanos es dura. No ves a muchos amigos y todo lo que tienes es béisbol. Siempre está la incógnita de si vas a firmar o no”.

Cuando esos pensamientos se metieron en la mente de Miguel, Lázaro le aconsejó que reflexionara durante una semana. Si después seguía pensando lo mismo, la familia tomaría las medidas oportunas. Lázaro se puso entonces en contacto con el coordinador de campo de los Medias Blancas, Mike Tosar, que en aquel momento trabajaba en el departamento de scouts internacionales de los Dodgers.

Tosar había visto a Miguel y quedó impresionado por su habilidad con el bate. Voló a las Bahamas, junto con Ismael Cruz, vicepresidente del departamento de scouts internacionales de los Dodgers.

Llegaron y se encontraron con un terreno en muy malas condiciones. Una tormenta había destrozado todos los campos de la zona. El backstop estaba encima del home. No había cerca en el outfield. Y la hierba les llegaba a las rodillas. Como no había nadie más, la madre de Miguel se dedicó a recoger pelotas mientras Lázaro le lanzaba a su hijo.

Miguel quiso demostrar su velocidad a pesar de las condiciones del campo y acabó sufriendo un tirón en una corva. Aun así, impresionó a los Dodgers con sus herramientas y sus ganas.

“Bateaba pelotas hasta una casa”, recuerda Tosar. “No sabíamos la distancia, así que utilizamos una aplicación de seguimiento de distancias por GPS. Vimos el home plate, vimos el tejado y dónde golpeó la pelota y lo marcamos y eran más de 400 pies. Debía de tener 17 años. Era legítimo”.

En aquel momento, los Dodgers sólo tenían US$300,000 para ofrecerle a Miguel porque el año anterior habían superado su cuota para gastos a nivel internacional. Esa cantidad estaba por debajo de lo que él esperaba, y los Dodgers sabían que valía más que eso.

Pero con otros equipos, incluidos los Dodgers, a la espera de la decisión de Shohei Ohtani aquel año, muchas organizaciones no pudieron gastar tanto dinero en países más pequeños como Bahamas. Eso afectó a las negociaciones de Miguel y a sus posibles pretendientes.

Sin ofertas sobre la mesa, los Dodgers se abalanzaron sobre la oportunidad de firmar a Miguel a un precio más bajo, y el joven jugador de cuadro cubano dio otro gran paso en su vida, firmando con la organización.

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En los últimos cinco años, Miguel se ha convertido en uno de los mejores jugadores ascendientes del béisbol, con 49 jonrones y un OPS de .878 durante en las ligas menores.

Esta temporada, Miguel se ha convertido en el segunda base de los Dodgers. Como cualquier novato, ha tenido sus problemas, pero ha mejorado a medida que avanza la temporada. Queda por ver cuál será su techo.

Sin embargo, el punto culminante de su carrera hasta la fecha se produjo el 3 de agosto del 2022, cuando los Dodgers subieron a las Mayores al entonces jugador de 22 años.

En su primer turno en las Grandes Ligas, Miguel conectó un doblete impulsor ante el veterano bateador derecho Alex Cobb. Al tocar la segunda base, Miguel miró a la sección de familiares del Oracle Park y sonrió. La cámara enfocó a la familia Vargas. Justo en el centro estaba Lázaro, quien levantó ambos brazos en señal de triunfo con una camiseta azul de los Industriales.

“Quería honrar a mi papá”, contó Miguel. “Sabía que si yo podía hacerlo, eso significaba que él podría haberlo hecho, porque escuchaba todo lo que me decía cuando me entrenaba. En mi mente, siempre supe que era capaz de jugar en las Grandes Ligas".

En aquel momento, Lázaro no era la leyenda del béisbol cubano de la que la mayoría de la gente cuenta historias. Era sólo un padre, viendo a su hijo jugar el juego que ambos aman. Ese era el verdadero sueño hecho realidad.

“Sinceramente”, dijo Lázaro, tratando de evitar las lágrimas, “es mucho más importante, y me siento incluso más orgulloso, viendo a Miguel vivir este sueño que si lo hubiera conseguido yo”.

credits: Juan Toribio cubre a los Dodgers para MLB.com. Síguelo en Twitter @juanctoribio.